22. Enno Haar
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España: ese país donde todo es diferente a lo planeado. Por norma general eso me encanta, pero hoy no. Aún no conozco Valencia y llevo buscando una lavandería desde hace una hora. Las primeras siete lavanderías de Google Maps resultaron no ser lavanderías o estar cerradas a pesar de la información en internet. Con cada nuevo contratiempo me alejo más de casa y mi mochila llena de ropa sucia parece que se vuelve cada vez más pesada. Una señora de una lavandería, que resulta ser una tintorería, me dice que ni siquiera hay ninguna lavandería en este barrio. Nunca me había ocurrido esto. Decido probar suerte en el lado opuesto del parque. Otros quince minutos a pie y Google promete que llegaré a una. Esta parece estar situada frente al estadio Mestalla, el estadio del Valencia CF. Y qué sorpresa, realmente es una lavandería. Y está abierta.
Una lavandería no es más que una sala de espera con mesas y sillas, unas lavadoras y secadoras; en la pared te explican los pasos a seguir para poner en marcha los aparatos; si tienes suerte, el lugar cuenta con una máquina para cambiar dinero y, a veces, una cesta de lavandería para transportar la ropa limpia de la lavadora a la secadora. Esta lavandería en concreto tiene dos lavadoras y dos secadoras. Una señora muy bien vestida de unos cincuenta años está llenando una de las lavadoras. No hay nadie más. Mientras vacío mi mochila de 100 kilos en la otra máquina, ambos murmuramos algo sobre estar allí por primera vez y no saber cómo funciona. No estoy bien preparado porque no tengo monedas. Pero tengo suerte, estas máquinas también aceptan tarjetas. Mi vecina ha puesto en marcha la máquina e incluso me ayuda a seleccionar un programa. El último paso es pagar con mi tarjeta, pero es rechazada. El segundo y tercer intento tienen el mismo resultado. La señora lo ve todo, me desea buena suerte y se va. Me imagino a mí mismo deambulando otra hora y media con 200 kilos de ropa sucia en la espalda y la llamo: “¿¡Señora!?” Ella ya había cruzado el umbral, pero se gira y asoma su cabeza por la puerta. Con mi mejor español sugiero darle un billete de cinco euros (el precio de una colada) y que ella pague con su tarjeta por mí. Obviamente ella no está a favor y me asegura que la tarjeta que lleva en su cartera no es su tarjeta. Cuando le pregunto si puede cambiarme los cinco euros, su respuesta es que no tiene monedas. Sale pitando de allí. Hasta nunca.
Me quedo indefenso. Pero no por mucho tiempo, porque me aceptan la tarjeta por fin. La máquina empieza a funcionar e indica que mi colada estará lista en 43 minutos. Tengo un buen rato para caminar por el Mestalla. Un monumento con mucha historia, el estadio más antiguo de España aún en uso. Después de unos 20 minutos, vuelvo a la lavandería. Cuando estoy casi llegando a la puerta veo a la misma señora, a mi vecina de la lavadora, caminando lentamente hacia la lavandería. Parece sorprendida por mi presencia y, de repente, cruza la calle para elegir otro destino. Me río mucho. Probablemente ella piensa que soy un acosador. Dentro, y en soledad, agarro un libro para pasar el tiempo restante.
Una madre y un hijo, o al menos eso parece, entran. Miran las dos máquinas y ven que tienen que esperar unos quince minutos antes de que la primera esté disponible. Deciden matar el tiempo mirando el móvil. Un poco más tarde, llega un hombre con dos bolsas vacías. Parece prestar mucha atención a la lavadora que contiene la ropa casi limpia de la señora bien vestida. Esa máquina es, de hecho, la primera en terminar, aunque es el turno de la madre y su hijo primero. «Pero espera un momento… Aahh, la señora ha enviado a su marido/vecino/hermano para recoger su ropa. Me imagino que a causa de ese acosador que deambula por aquí, por supuesto. Y yo que había intentado ser tan amable.»
Su ropa está lista. Su marido/vecino/hermano abre la puerta, llena sus bolsas y sale de la lavandería. La madre y el hijo llenan la misma máquina, ahora vacía, con su ropa sucia. Pagan después de tres intentos fallidos con su tarjeta, miran el tiempo restante y también se marchan dejándome solo otra vez. Poco después, la lavadora termina y muevo mi ropa, que ahora huele genial, a la secadora. Leo unas cuantas páginas más de mi libro. Hasta que la señora en cuestión entra, camina hacia la que había sido su lavadora, la observa todavía girando y mira el tiempo restante y el contenido de la máquina con incredulidad.
¡Ahora practica tu comprensión lectora!
1. ¿Cómo transporta Jan su ropa a la lavandería?
A. En sus brazos
B. En una bolsa
C. En su mochila
D. En una cesta de la lavandería
2. ¿Cómo paga la colada Jan?
A. Las máquinas eran gratis
B. Con monedas
C. Con su propia tarjeta
D. Con la tarjeta de la señora
3. ¿Quién saca la ropa de la señora bien vestida de la máquina?
A. Esta señora
B. Su hijo
C. Jan, el escritor de la historia
D. No lo sabemos
4. ¿Cuántas personas diferentes entran a la lavandería durante la historia?
A. 4
B. 5
C. 6
D. 7
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